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The Worst Person In The Word: la importancia de crear ambientes sutiles

“No quiero ser un recuerdo para ti.

No quiero ser una voz en tu cabeza.

No quiero seguir viviendo a través de mi arte.

Quiero vivir en mi departamento.

Quiero vivir...

Quiero vivir en mi departamento contigo”



The Worst Person In The World o La peor persona del mundo es una película noruega estrenada en 2021, dirigida por Joachim Trier y escrita (en doce capítulos con un prólogo y un epílogo) por él mismo en colaboración con Eskil Vogt. Ha sido categorizada como un drama, aunque no se ha escapado de ser llamada comedia romántica, tiene una duración de 121 minutos y es considerada el cierre de la trilogía de películas que este director ha situado en Oslo. Aunque podríamos aportar más datos sobre ella lo realmente relevante en esta ocasión, además de la trama, es su soundtrack.


Julie es una joven que intenta descubrir el rumbo que debe dar a su vida, en medio de sus idas y vueltas conoce a Aksel, un caricaturista exitoso con quien comienza una relación aparentemente estable. Sin embargo, cuando los planes de ambos se despliegan no resultan tener mucho en común, principalmente porque en los esquemas de Julie hay algo que no se termina de materializar y que al lado de Eivind, un joven que conoció fugazmente en una fiesta, no parece importar tanto.



El soundtrack que esta película construye a su alrededor no podía ser más diverso. Entre piezas electrónicas, instrumentales, funk, rock, soul, fushion, reagge y mucho más, la historia en apariencia simple de Julie se descubre profunda y trascendental. Pero no es solo la gran selección musical que presenciamos lo que llama nuestra atención, sino la manera en la que se incorpora a la trama.


Desde el plano inicial de Julie fumando en la terraza con Ahmad Jamal Trio de fondo podemos empezar a esperar una gran selección de pistas. Los momentos musicales no son pocos, pero es evidente que existen algunos más icónicos que otros como la mudanza amenizada por Billie Holliday, el baile en la casa de los amigos de Aksel con Cymande; la irrupción en la boda con Glamour Hammer; Julie en drogas con Sassy009 y Fastback; Aksel tocando Back To Dungaree High de Turbonegro; la caminata nocturna de Julie con Soler de Otto A Totland o las escenas finales con Waters Of March de Art Garfunkel, por mencionar algunos.


No es para nada sencillo emular la cotidianidad, representar algo tan agudamente que haga pensar que lo hemos encontrado así; que eso es la vida en sí misma, que ya pasaba antes de que nosotros llegáramos para verla o plasmarla y que seguirá pasando una vez que nos retiremos. Es ahí donde reside la importancia del soundtrack de esta película, en el poder de evocación, porque puede que no todos sepamos cómo es la vida de una joven noruega en sus veintes pero todos sabemos lo que es sentirse a la deriva.


Caracterizar este periodo de la vida de Julie conllevó crear ambientes tan sutiles que se nos antojaran cotidianos para ella; que tal vez nos hicieran, como espectadores, perdernos de apreciar algunas canciones en una primera vista porque nos hablaban en conjunto con todos los elementos de la escena. Y no es que se haya relegado la música a un papel secundario o a rellenar de alguna manera la situación, al contrario es que forma parte tan profundamente del escenario como lo podría ser la misma iluminación. Fluye naturalmente y acentúa de manera precisa las ideas y sentimientos que embriagan a los personajes, al tiempo que enmarcan las pequeñas revelaciones que han de cambiar sus vidas.


Muchas veces la música nos recuerda que no estamos ante un drama puramente romántico, sino que asistimos a un viaje de conocimiento personal derivado de la interacción con otras personas. Nos recuerda también que todas las etapas nos enseñan algo y que han de acabarse porque la vida siempre sigue.



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