This house—
This house is—
I don't know what it is
De la mano de cuatro magníficos directores —Emma De Swaef y Marc James Roels (funcionando como dúo), Niki Lindroth von Bahr y Paloma Baeza—, Netflix ha estrenado recientemente The House, una película dividida en tres actos que aún cuando no se necesitan entre sí para funcionar responden a los mismos mensajes y sentimientos. La ansiedad, la soledad y la impotencia asfixian a los protagonistas de estas inquietantes historias y nos plantean nuevamente la antigua pregunta ¿qué es una casa? ¿un hogar?¿un refugio? ¿solo una construcción?
El acompañamiento sonoro, es solo uno de los tantos puntos a favor del filme y corre a cargo del maravilloso Gustavo Santaolalla. Como ya es costumbre, el Midas argentino entrega un trabajo que no solo sigue la narrativa de las historias (acoplándose a los contextos temporales y aspectos inminentes de las mismas), sino que las entrelaza por medio de música que termina de caracterizar al filme como una película de suspenso y hasta terror psicológico.
Partiendo de instrumentos de cuerda —como violines y chelos—, la primera historia cuenta con todos esos sonidos que nos remiten a la antigüedad y la tensión; el rechinar de una puerta antigua, de un escalón suelto, esos ruidos que suelen poner sobre aviso a los protagonistas de las películas de terror y que en este caso acompañan a una pequeña en medio de la amenaza.
Para la segunda parte del filme, los sonidos se transforman, se construyen como lo hace el protagonista de la historia con la casa. Se añaden algunas percusiones de tintes metálicos, voces, vientos, todo estalla con la canción principal a la mitad de la película —casi al final de esta historia— a cargo de una banda completa. Después de este punto los instrumentos empiezan a desaparecer, casi como se incorporaron.
Durante la última historia se vuelve a la base de instrumentos de cuerda, en esta ocasión los sonidos se alejan de la materialidad, de los rechinidos o de la construcción. Mientras la casa se enfrenta al hundimiento inminente, el descubrimiento de que se debe a avanzar, aun con el peso del pasado, se acompaña de arpas, vientos y cantos de garganta que liberan la tensión de una vez y le brindan (tal como los hechos lo exigen) un tinte místico al soundtrack.
Santaolalla, quien siempre pone en juego un maravilloso equilibrio entre innovación y tradición, demuestra nuevamente la virtud y posibilidad de la música que acompaña a una producción visual apostando por convertirla en lo que siempre supimos que debía ser, otra forma de narrar la historia.
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